- Las familias campesinas que habitan en la cuenca alta se comprometen a conservar sus bosques productores de agua y a cambio reciben beneficios para desarrollar proyectos productivos sostenibles y para conectar sus casas al agua potable.
- El financiamiento de dichos proyectos, que proviene principalmente de las empresas de servicio de agua potable a través de un pago mensual que realizan los usuarios, y también del municipio, ha permitido que el modelo se expanda con rapidez en Bolivia y que comience a replicarse en Colombia, Perú, Ecuador y México.
Hace más de 10 años, Bolivia vio nacer un innovador proyecto de conservación en el que, por primera vez, todos los habitantes de una misma cuenca, tanto los que viven en las zonas rurales como en las ciudades, trabajarían juntos para proteger los bosques y el agua que en ellos brota.
Este artículo fue publicado originalmente el en www.Mongabay.com
Escrito por Michelle Carrere
El proyecto, llamado Acuerdos Recíprocos de Agua, buscaba crear conciencia de que la protección del agua no solo es responsabilidad de quienes habitan junto a las nacientes de los ríos en lo alto de la montaña o a lo largo de los caudales en la cuenca media, sino de todo aquel que se beneficia del recurso. Ese entendimiento permitiría que los habitantes de las ciudades, en la parte baja de la cuenca, crearan un fondo para reunir recursos económicos y apoyar a los agricultores río arriba en la labor de proteger las fábricas de agua.
Este programa, que nació con cinco personas que decidieron poner parte de su territorio en conservación, para el 2019 ya contaba con 8000 agricultores conservando 350 000 hectáreas en 58 municipios bolivianos. “Esa conservación —asegura un estudio científico que investigó los resultados del modelo— fue a cambio de 500 000 dólares en proyectos de desarrollo aportados anualmente por 250 000 usuarios de agua”.
Hoy, “son 24 000 los agricultores que están conservando casi 600 000 hectáreas en alrededor de 80 municipios en Bolivia”, asegura María Teresa Vargas, directora ejecutiva de Fundación Natura, organización gestora de los Acuerdos Recíprocos de Agua (ARA). Además, el modelo se ha convertido en un referente de éxito para la conservación y ha logrado la creación de 23 áreas protegidas equivalentes a 3.4 millones de hectáreas en Bolivia y se está comenzado a replicar en Colombia, Perú, Ecuador y México.
¿De qué se tratan los ARA?
María Binda Gutiérrez Padilla creció en el campo, en la comunidad Quebrada León, en Santa Cruz y allí vivió hasta que cumplió los 30. Esa era su edad cuando, hace 14 años, compró un terreno que la llena de orgullo en la comunidad Forestal Alto Espejo, en el municipio de El Torno.
Por él pasan vertientes de donde saca el agua que ella y sus animales necesitan para beber. “Tengo agua, no necesito que alguien me la venda”, dice. También pasa un río que la agricultora ocupa para regar sus árboles frutales y para bañarse. “A la hora que yo quiera voy y me baño porque está ahí, al ladito”, cuenta.
A María Binda Gutiérrez le encanta su terreno “porque es muy bonito”, dice, y “comprarlo fue una bendición”, asegura con un tono en su voz que revela su sonrisa al otro lado del teléfono. Por eso cuando su prima le contó que se había suscrito a los Acuerdos Recíprocos de Agua (ARA) para proteger su bosque, ella no dudó ni un minuto en hacer lo mismo. Además, “en mi territorio tengo montes delicados y frágiles y yo no los iba a ocupar”, explica.
El primer convenio con Fundación Natura lo firmó hace seis años. El acuerdo consistió en que ella protegería su bosque y a cambio recibiría cuatro cajones de abejas más todos los implementos necesarios para cosechar la miel. Hoy, ya tiene seis cajones y de cada uno de ellos obtiene, por cosecha, entre 17 y 20 kilos de miel. En total, son entre 5000 y 6000 bolivianos anuales (alrededor de 800 dólares) que se suman a las ganancias que María Binda Gutiérrez consigue de la venta de limones, naranjas y mandarinas que cosecha en su huerto y de los peces que cría en un par de pozas.
Así como los cajones de abejas, otros agricultores que se han unido a los ARA han recibido insumos para desarrollar la fruticultura, principalmente cítricos, y también la piscicultura. Sin embargo, el proyecto estrella del programa, asegura Vargas, es el acceso al agua.
“Les decimos cuidá tu bosque y convertilo en un jardín para vos y para la sociedad y a cambio de eso nosotros te vamos a conectar con agua limpia en tu casa, vas a tener un grifo, vas a tener un sistema de agua para tu comunidad”, precisa la directora ejecutiva de Natura.
Los resultados de ese acuerdo han sido tan beneficiosos que cada vez son más los agricultores que se comprometen a conservar su bosque; tanto que incluso científicos se han interesado en entender cuál es la razón de ese éxito.
Según un estudio publicado en la revista World Development, “desafortunadamente el sector de la conservación rara vez ha podido identificar soluciones escalables, y la mayoría de las intervenciones comprenden proyectos únicos adaptados a circunstancias locales específicas”. Lo grave de esto es que “a menos que los conservacionistas puedan desarrollar soluciones replicables, y evaluar rigurosamente si funcionan más allá de un lugar, simplemente no podrán resolver la crisis climática”, sostiene la investigación.
Los Acuerdos Recíprocos de Agua, sin embargo, no solo han logrado sortear esa dificultad, sostiene el estudio, sino que, además, de acuerdo con los resultados de una segunda publicación científica, los ARA han demostrado tener “un impacto positivo en los valores ambientales”. Según precisa la investigación, en los lugares en donde se implementaron los ARA “aumentó la probabilidad de que las personas elijan la protección del medio ambiente como un valor que debe priorizarse para sus hijos”.
¿Qué es lo que ha marcado la diferencia en este modelo? La clave parece ser la reciprocidad. “Reciprocidad con mi bosque, con mi vecino, con el que vive en la cuenca media y con la gente que vive en la cuenca baja que también necesita de este recurso esencial y que entre todos tenemos la corresponsabilidad de cuidar”, dice Vargas.
Un financiamiento basado en la reciprocidad
Para Richard Estrada, Director Técnico de Natura, el modelo de financiamiento ha sido fundamental para lograr que el programa no solo sobreviva, sino que también escale. ¿Cómo funciona? El dinero para financiar los beneficios que los agricultores reciben por proteger su bosque proviene de un fondo en el cual participa la entidad prestadora del servicio de agua potable, que en Bolivia son cooperativas y empresas públicas, a través de un pago que mensualmente los usuarios hacen y que viene incluido en el recibo de agua. Además, participan los municipios y Fundación Natura.
Renán Seas, vicepresidente del consejo de administración de la cooperativa CEAPA, una de las entidades prestadoras del servicio de agua potable en el municipio de El Torno, asegura que los usuarios de dicha cooperativa aportan al programa con un boliviano mensual (0.15 dólares). “Todos somos conscientes de que ese boliviano está yendo allá arriba, a las fábricas del agua. Se ha generado la conciencia de hacer ese aporte, porque de lo contrario nuestro suministro de agua, que es vital para la vida, va a verse afectado”, dice Seas.
El monto, al ser voluntario, varía dependiendo de la cooperativa. “A veces es porcentual y a veces es un montón fijo”, explica Estrada. Así, hay cooperativas con 8000 o 9000 usuarios que recaudan cerca de medio millón de bolivianos (unos 72 000 dólares)”, asegura el Director Técnico de Natura.
En cuanto al aporte del municipio, este contribuye con el 1 % de sus ingresos propios. “De todos los ingresos por tasas que una alcaldía recauda, impuestos que cobra su ciudad por las casas y por los autos, el 1 % va al fondo de agua”, explica Estrada. Además, el municipio también aporta el 0.5 % del presupuesto que recibe del gobierno central.
Por último, la participación de Fundación Natura es de tan solo 7000 dólares. La razón de ese monto radica en que “el convenio con los agricultores es de 10 años, entonces cuando la fundación sale del esquema, su aporte no equivale ni al 20 %, por lo que no existe un golpe financiero negativo y le permite al fondo de agua ser sostenible financieramente”, explica Estrada. Eso, asegura, ya lo han comprobado. El convenio con El Torno, por ejemplo, ya terminó y “a ellos no les afectó financieramente nuestra salida”, dice.
De hecho, según Seas, en el programa “cada vez hay más gente, más comunarios que viven cuenca arriba. Antes teníamos que ir nosotros a buscarlos para que ellos entren al sistema, ahora ellos vienen y más bien nos están faltando recursos para seguir poniendo más predios en conservación”, asegura.
De cómo el sistema interesó a los políticos
Los resultados del programa han motivado también a que ciertos municipios decidan poner bajo protección áreas de mayor tamaño. Actualmente, bajo los Acuerdos Recíprocos de Agua “se han creado 23 áreas protegidas en 20 municipios, lo que suma más o menos 3.4 millones de hectáreas de bosques productores de agua”, asegura Vargas.
Además, en esos casos la fundación ha establecido convenios con los agricultores dueños de los terrenos que se encuentran en los alrededores de aquellas áreas protegidas, creando una especie de cinturón de protección. Eso ha permitido que “esas áreas estén mucho mejor manejadas que las áreas naturales protegidas nacionales que no tienen presupuesto y que no tienen gente que las defienda. Aquí hay gente que las defiende y que además está vinculando sus propias áreas de conservación personales con esta área de conservación mayor que ha creado el gobierno municipal”, explica Vargas.
Para la directora ejecutiva de Fundación Natura, el agua ha sido la llave maestra que ha permitido alcanzar metas que, de lo contrario, no se habrían podido lograr. “Es muy difícil cuando vives en países tan pobres como los nuestros decirle a la gente que tiene que conservar porque moralmente es importante, porque es bueno para el cambio climático, porque es bueno para la sociedad”, dice. El agua, en cambio, “ha permitido poner a mucha gente alrededor de la mesa y tomar decisiones sobre qué espacios conservamos y qué hacemos para ese propósito”, explica Vargas.
Además, “a favor del agua confluyen las decisiones de los políticos”, sostiene, no solo porque asegurar el abastecimiento de agua potable es uno de los asuntos que deben ser atendidos por las autoridades, sino también porque “los gobiernos municipales van, entregan los incentivos, hacen una gran fiesta y es más voto”, explica Vargas a quien la experiencia le ha confirmado, según dice, que “la conservación bien pensada puede arrastrar a mucha población”.
María Binda Gutiérrez lo sabe muy bien. En 2020, una empresa que buscaba explotar piedra caliza se le acercó con permiso ambiental y concesión minera en mano ofreciéndole comprar su terreno. Cuando la respuesta de la agricultora fue “mi tierra no está a la venta”, la oferta se convirtió en amenaza. “Me dijo que si no lo vendía, ella me iba a expropiar”, cuenta.
Sin dejarse amedrentar, Gutiérrez buscó ayuda en los sindicatos agrarios, en la alcaldía de su municipio, reunió a más agricultores con los que organizó bloqueos en la carretera, interpuso recursos de protección, hasta que finalmente, en marzo de este año, el permiso ambiental de la empresa fue revocado. “Para mí es un logro muy grande”, asegura Gutiérrez, pero está convencida de que no habría sido posible sin el apoyo de la alcaldía. “Gracias a Dios las autoridades me defendieron”, dice, y “defendieron el territorio porque en realidad el problema no era mío, era del municipio porque si explotan en ese lugar se va a cortar el agua, porque de ahí proviene”, asegura la agricultura.
Para Vargas, “todo servidor público a nivel local, a nivel intermedio y a nivel nacional debería estar pensando cómo conservar sus ecosistemas de humedad”, y los Acuerdos Recíprocos por Agua, asegura, “es una tecnología súper sencilla que ayuda a los municipios locales en sus programas de adaptación y mitigación al cambio climático”.
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