Los incendios en la Chiquitania, el Chaco y el Pantanal han estado ardiendo durante más de tres semanas, superando rápidamente lo que se consideran niveles de quema «normales» que ocurren en la temporada seca de invierno de Bolivia. La cantidad de focos de calor es el triple del promedio de años anteriores. Sabemos que una combinación de condiciones secas, calurosas y ventosas, cambios en el uso de suelo, el levantamiento progresivo de las restricciones sobre las prácticas de tala y quema para la preparación de tierras para usos agrícolas y la falta de control y sanción de la quema ilegal, provocaron este desastre ambiental que cruza las fronteras municipales, departamentales y nacionales. Las estimaciones muestran que hasta los finales de agosto más de 2 millones de hectáreas de bosque y sabana se han quemado; ese número continúa creciendo a medida que los incendios existentes siguen sin controlar y los focos de calor apagados se vuelven a encender. El territorio afectado representa los hogares de los pueblos indígenas y campesinos y el patrimonio natural de los bolivianos. Bolivia está clasificada dentro de los 15 países con mayor biodiversidad en el mundo.
Existen diversas maneras de cuantificar la magnitud de este desastre ambiental: cantidad de hectáreas quemadas, número de municipios afectados, valor o cantidad de cultivos o ganado perdido, casas y propiedades quemadas. Cada día observamos cómo aumentan estas cifras y vemos las actualizaciones diarias sobre el número de focos de calor y el aumento o la disminución de las quemas activas. Analizamos estas cifras y tendencias, comparando datos de año en año, y con esto ya está claro que los incendios de este año son inmensos. Pero los números son fríos, indiferentes. Lo que estos números no muestran son los impactos de esta crisis ambiental en los meses, años y décadas por venir, y los daños que representa para la salud pública.
Una forma común de ver las tierras forestales “no desarrolladas” es considerar su utilidad potencial sin explotar para la producción, ya sea pastoreo de ganado, plantaciones o asentamientos humanos. Lo que a menudo no se considera al evaluar el valor potencial que se puede obtener de esa tierra es el rol que juegan la cubierta arbórea y los ecosistemas intactos para contribuir al medio ambiente que hace posible la vida de los seres humanos. Cuando los ecosistemas están en riesgo, también lo está la salud humana a nivel individual y poblacional.
Una hectárea de bosque intacto aporta 700 metros cúbicos de agua adicionales al agua subterránea cada año, agua que luego está disponible para su uso por personas y animales para sustentarlos. Esa sola hectárea de bosque proporciona suficiente agua para mantener 10 familias durante ese año. Sin esa agua en el suelo, ¿qué cultivos se pueden producir, qué ganado puede pastar, qué vida silvestre puede prosperar, y qué medios de vida humanos se pueden mantener? En este momento, muchas fuentes de agua para la fauna y comunidades locales están en riesgo, como la del municipio de Roboré, dado que en la serranía de Tucabaca se produce el agua para toda la población del lugar, y ahora esta serranía ha estado en llamas por semanas.
La vegetación intacta del suelo también cumple una función importante en la filtración y limpieza del agua. Los incendios han quemado arbustos, palmeras y vegetación que cubría la tierra, dejando árboles y arbustos muertos con sólo troncos, ramas y suelos desnudos. La falta de vegetación en el suelo afectará el ciclo hidrológico, disminuirá la infiltración y retención de agua y aumentará la erosión y la pérdida de la rica capa superficial del suelo en la que se basa el ecosistema chiquitano.
Los árboles perdidos por los incendios en Bolivia tienen impacto sobre la capacidad del ecosistema de absorber dióxido de carbono, uno de los principales gases contribuyentes al calentamiento global y a los patrones climáticos extremos que ya afectan los medios de vida de las personas en todo el mundo. Cada hectárea de bosque incendiado ha perdido una capacidad de almacenamiento de 200 toneladas de CO2 equivalente. Por otro lado, en términos más inmediatos, para las personas que viven cerca de las áreas afectadas, la calidad del aire ha disminuido considerablemente y está afectando a su salud, principalmente provocando afección sobre las vías respiratorias y potencialmente provocando asma en niños y poblaciones sensibles.
Es fundamental reconocer que ya se ha afectado a los medios de vida y salud de la población local y se ha afectado severamente a la vida silvestre, debido a estos incendios. Si bien no tenemos cifras completas para describir el daño actual, es igual de importante reconocer los impactos más allá de los eventos inmediatos y en la vida futura de las personas que viven en el área afectada. El desastre de los incendios se extiende desde el riesgo inmediato para la vida silvestre y la vida humana hacía un peligro inevitable para la salud pública.
Durante este periodo de emergencia la sociedad civil boliviana ha jugado un rol importante y su contribución voluntaria ha sido invaluable en la lucha contra los incendios. Sin embargo, la magnitud del desastre ha sobrepasado el accionar local y nacional, por ello sigue siendo urgente la declaratoria de emergencia nacional y la aceptación de la ayuda internacional. Luego son necesarias las medidas posteriores a los fuegos, ello implica la evaluación de los daños, la implementación de acciones para remediarlos y el diseño e implementación de plan de acción para prevenir futuros eventos similares. Un tercer punto clave es la revisión de las políticas de incentivo a la deforestación y al uso insostenible de los recursos naturales.
Cada hectárea deforestada de forma ilegal, cada fuego que se descontrola y llega a la magnitud ahora vista, tiene que ser una alerta para todos de que algo va mal, no podemos construir país cuando no cuidamos los elementos esenciales para nuestro desarrollo como es el agua, como es la salud del capital humano, como es la biodiversidad como fuente de recursos para la vida.